El secreto del matrimonio
Una reseña del capítulo 1 del libro: “El significado del matrimonio” de Timothy Keller.
Keller comienza este capítulo de su libro hablando de las dos caras de la moneda del matrimonio, entendido como “un compromiso como marco de vivencias agridulces”, en el que se puede experimentar la relación humana más profunda y maravillosa, y a la vez vivir los momentos más complejos de la vida. Es a la vez “doloroso y extraordinario”.
Aunque esta realidad de la complejidad del matrimonio siempre ha existido, es solo en los últimos 50 años cuando se ha documentado (mediante estudios sociales que usan encuestas como fuente de información) una visión predominantemente negativa del matrimonio por las dificultades que entraña.
El autor cita una frase de Chirs Rock (p.23): ¿Qué prefieres, estar soltero y solitario, o casado y aburrido?, que revela la idea que la generación de hoy tiene sobre el matrimonio: hay solo esas dos opciones. Pero esas dos opciones tienen en común que parten de una base o una comprensión equivocada del matrimonio.
Realmente lo que existen son muchos prejuicios sobre el matrimonio. Por ejemplo, muchos piensan que el matrimonio será un fuerte obstáculo para tener una situación económica estable y sólida. Pero la realidad es todo lo contrario, es decir, las personas solas tienden a ser mucho más indisciplinados para el ahorro y no están muy dispuestas a posponer sus deseos de consumo.
Otro prejuicio muy extendido es la infelicidad que acarrea el matrimonio y que es la fuente más frecuente de los divorcios, debido a la pérdida de libertad y de individualidad. Esta idea se ha generalizado por los resultados de encuestas aplicadas sobre todo a personas con matrimonios rotos. Pero ¿qué dicen aquellos que tienen matrimonios estables? La mayoría son “muy felices”, y más aún, aquellos que tuvieron problemas al comienzo del matrimonio, pero decidieron continuar adelante. Después de unos cuantos años de ajustes, lograban ser felices.
El autor, después de analizar estas falsas percepciones del matrimonio, plantea como causa fundamental de ese pesimismo de los jóvenes de esta generación y de su reticencia a casarse, a una “nueva forma de idealismo” que se alimenta de un interés por la gratificación personal (léase en términos bíblicos: orgullo y egoísmo), como meta de cada uno de los contrayentes. Este es un propósito muy distante del diseño de Dios, que tiene que ver con un compromiso solemne y permanente de compañía con el objetivo de amar, procrear y protegerse mutuamente, en el que ambos subordinan sus propios intereses por el bien de la otra parte. Lo cierto es que la estabilidad que alcanza ese tipo de compromiso según el diseño divino beneficia no solo a la pareja casada, sino a sus hijos, su familia extendida, a la iglesia y, en general, a la sociedad.
Aunque se percibe como una nueva forma de idealismo, realmente el concepto de matrimonio comenzó a cambiar desde el siglo XIX, cuando en plena era de la Ilustración, el sentido de la vida comenzó a verse como fruto de la libertad individual y, como consecuencia, el matrimonio comienza a convertirse en un instrumento para la realización emocional y la satisfacción sexual propia, y la otra persona se convierte en un trampolín para la individualidad. De esta manera la conveniencia personal comienza a desplazar a la responsabilidad social y al sentido bíblico del matrimonio. Keller resume esta transformación como “la privatización del matrimonio” donde no cabe otro objetivo diferente a la propia satisfacción individual, por encima de cualquier compromiso con Dios y con la sociedad.
A partir de este análisis el autor pasa a describir las consecuencias de esta perspectiva en la sociedad actual (yo añadiría que esta percepción ha permeado a las iglesias también). En este punto se alude a un estudio titulado “¿Por qué los hombres no se comprometen?” que confirma que los hombres, sobre todo los jóvenes, afirman no querer casarse hasta no encontrar la pareja ideal (compatible). En general, la idea de compatibilidad en el imaginario de los jóvenes suele ser la “disposición de aceptar a la otra persona tal como es y no tratar en modo alguno de cambiarla” (p.32).
En el caso particular de los hombres, quienes hasta hace poco tiempo asumían que el matrimonio los cambiaría, ahora buscan todo lo contrario, esto es, que el compromiso con una mujer no les suponga cambiar sus prioridades o les limite su libertad. Hay un miedo al compromiso por la renuncia a ser ellos mismos su centro de atención. Por tal razón prefieren no “atarse” en matrimonio. Así, para el hombre de hoy día, la mujer perfecta es aquella que “sea feliz, sana, interesante y satisfecha con su vida” y que no intente ni espere que él cambie. Keller afirma que “en ningún otro periodo de la historia se ha dado una sociedad tan exigente a la hora de buscar pareja” (p.35). La mujer igualmente quiere casarse con alguien que satisfaga sus anhelos y que no le exija lo que suponen ellas que antes se esperaba de una esposa.
No es de extrañar el profundo pesimismo sobre el matrimonio, porque la realidad es que parejas como esta no se encuentran. Así la persona persigue una quimera y por ello aplaza la decisión de casarse o, si se casa con aquella expectativa poco realista, acabará frustrado, porque para que, bajo esos términos un matrimonio sea exitoso, la pareja debe ser madura, centrada, feliz, sin necesidades emocionales y sin defectos de carácter. La realidad es que no existe tal persona.
El autor hace mención del “defectómetro” (citando la conclusión a la que llegó Joy Tierney). Se trata de un artilugio mental (una actitud) que los jóvenes utilizan para detectar cualquier defecto en los demás y no encontrar a nadie que cumpla con sus expectativas (p.37). Es básicamente una excusa para no comprometerse, para no asumir riesgos.
La respuesta a todas estas ideas distorsionadas del matrimonio y de lo que puede esperarse de él, es acudir a lo que Dios nos dice en su Palabra. Lo primero que debemos saber es que no existe la persona ideal. No hay tal cosa como la compatibilidad según lo entiende la gente. Es inútil intentar encontrar tal tipo de persona para casarnos.
En segundo lugar, es importante entender que el matrimonio es el estado en el que se experimenta la convivencia y la intimidad en tal grado que ningún otro tipo de relación humana puede ofrecer. Por algo la Palabra nos dice que el matrimonio es la imagen de la relación entre Cristo y la iglesia. Y este tipo de relación nos transforma. Nos cambia. Así que pensar que la persona ideal es aquella que nos acepta tal como somos y no se interesa en que cambiemos, es un contrasentido al concepto de convivencia. ¡Claro que cambiamos! Todos lo hacemos, pero qué mejor cambio que el operado por el Espíritu de Dios en nosotros. Como creyentes entendemos que no somos nosotros quienes cambiamos a la otra persona, es el Señor. Es por ello por lo que una pareja cristiana siempre tiene esperanza.
En tercer lugar, debemos entender que el pecado es una realidad inevitable. Y esta es la razón que hace difícil el matrimonio. Nunca debemos subestimar la influencia de nuestro propio pecado. De nuestra naturaleza pecaminosa.
Por todo esto, la respuesta correcta para edificar matrimonios exitosos es el evangelio. No hay opción. Por lo tanto, es verdad que no debemos percibir el matrimonio con una expectativa idealista pero tampoco debemos tener una visión catastrófica. La medida correcta es: el matrimonio es el estado de convivencia y unión tan especial diseñado por Dios mismo con el propósito de revelar en la práctica humana lo que significa la relación entre Cristo y la iglesia.
Keller termina este capítulo afirmando que el “secreto” del matrimonio es la entrega. El ejemplo es Cristo: él amó a la iglesia y se entregó por ella. Él no se aferró a su condición de ser igual a Dios, sino que se despojó para rescatar a su amada, aunque esto le costara el sufrimiento en la cruz y la muerte (Filipenses 2:6-11). Por lo tanto, la iglesia no asume ningún riesgo al subordinarse a Cristo. El matrimonio permeado por el evangelio es el “vehículo idóneo para remodelar nuestros corazones de dentro hacia fuera, proporcionando sólido fundamento a una vida compartida” (p.52). Porque el evangelio es poder de Dios para salvación.